YO me quiero hacer una casa

Esta palabra deriva del griego arch- (raíz de la palabra ‘jefe’ o ‘autoridad’), y  tekton (‘constructor'). El arquitecto era el director de campo encargado de la correcta resolución de la obra, con el apoyo de la técnica (techné). La palabra técnica tenía una acepción distinta a la tenemos hoy: lejos de ser una serie precisa de reglas sobre las cuales se fundamenta el buen proceder, era más bien un área creativa, innovadora  y subversiva, el arte mismo. Más adelante nos detendremos en ella, en la técnica. Por lo pronto, prosigamos con algunas definiciones. Sin restar valor a otras posiciones, partiremos de dos referentes fundamentales de la arquitectura moderna: 

 

Louis Kahn (Conferencia en el Politécnico de Milán, 1967): "Una obra de arquitectura es una oferta a la arquitectura en la esperanza de que esta obra pueda convertirse en parte del tesoro de la arquitectura. (…) El programa que se recibe y la traducción arquitectónica que se le da deben venir del espíritu del hombre y no de las instrucciones materiales".

Esta cita alude a la calidad del edificio como patrimonio de la buena arquitectura, resaltando que el edificio en cuestión debe ser producto de las verdaderas necesidades de la vida del cliente.

Luis Barragán (Discurso de aceptación del Premio Pritzker de Arquitectura,1980): "El espacio ideal debe contener en sí elementos de magia, serenidad, embrujo y misterio. Creo que estos pueden inspirar la mente de los hombres. La arquitectura es arte cuando consciente o inconscientemente se crea una atmósfera de emoción estética y cuando el ambiente suscita una sensación de bienestar".

En este caso el autor rescata la capacidad de sorprender del edificio, una suerte de enamoramiento inagotable al que siempre queremos regresar. 

 

Dicho esto, la arquitectura debe tener capacidad de responder a un presupuesto, a una función más allá del programa utilitario (habitaciones, baños, cocina). Debe, por lo tanto, ser capaz de permitir el cotidiano vivir y las particularidades de la vida del cliente en sus espacios. En consecuencia, este día a día de la vida es producto, por un lado, del propio habitar y, por el otro, de la capacidad de enamorar que tiene esta arquitectura. Solo así podremos estar satisfechos teniendo siempre la necesidad de regresar a estos espacios y apreciar en ellos sus silencios, declives del sol, caídas de la lluvia, explorar en nuestros propios recuerdos y tener experiencias trascendente. 

Un alto porcentaje de los encargos de un cliente tienen  que ver con la necesidad concreta pero al mismo tiempo abstracta de hacer una casa o un edificio. Es aquí donde de manera compleja y desordenada surgen elementos técnicos normativos e intereses comunes y encontrados entre estos dos sujetos. Acostumbrados a respuestas anticipadas, no siempre se logra la respuesta a las necesidades de un encargo bien llevado. 

La arquitectura no es una disciplina de problemas simples; el arquitecto tiene más el rol de un psicólogo amigo, que escudriña en lo profundo de la realidad de las necesidades del cliente, teniendo ambos la responsabilidad de la modesta y clara comunicación. Así la solución es el dialogo del proceso de diseño transformado en respuestas  que logran conjugar en espacios las situaciones difíciles que pudiera conllevar un encargo. 

Entonces, antes de la propuesta, hay que encontrar las verdaderas preguntas del cliente y  del proyecto, las que están lejos muchas veces de las reglas estéticas de la arquitectura para así, luego con ellas, poder definir dentro las infinitas soluciones la más apropiada; apropiada como el entalle del traje sastre que sea capaz de perdurar en el tiempo. Entonces el cliente tiene la responsabilidad de ayudar al arquitecto a elaborar las preguntas para que luego el en retribución este le ayude a formular las respuestas en un proceso mancomunando y conjunto. 

El arquitecto tiene que ser un profesional completo y vasto en lo técnico como en lo cultural, abierto a entender visiones del mundo distintas a las propias; y así poder empatizar con las perspectivas ajenas, naturales de las particularidades de cada cliente. En su rol está, por lo tanto, dar una respuesta apropiada a la solicitud del encargo; es decir de manera económica, segura, estética, articulada con las otras disciplinas (ingenierías y construcción)  que contiene el proyecto.

Sin embargo la arquitectura, por pequeña que sea, es un hecho social y, en consecuencia, debe tratar de satisfacer a todos, perdurando en el tiempo pues no es una simple y efímera puesta en escena que pasa de moda. El proyecto debe ser capaz de enamorar, trascender lo cotidiano del uso de manera tal que no se agote en el constante habitar, debe ser versátil de forma que los espacios se colmen de eventos que se conviertan en infinitos recuerdos. Este es el rol del arquitecto, facilitar al cliente la posibilidad de adornar el cotidiano a partir de la resolución de necesidades concretas en la respuesta única del proyecto.

Hoy más que nunca el arquitecto retorna  a la técnica en todos sus ámbitos bajo el concepto griego del arte de la lírica que, como la buena poesía, conmueve con pocas palabras.